A la ciudad natal se la quiere más cuando se regresa que cuando se vive aquí. Se ama más en la distancia porque desaparecen los defectos. Siempre que puede alguien regresa. Es algo que comparten todos los que alguna vez emigraron de esta tierra. Los vínculos con las ciudades no son muy diferentes de las relaciones del ser humano con sus parejas: un día se separan dos personas, hartas de tirarse los trastos a la cabeza o de demolerse los oídos con críticas, y un tiempo después comienzan a recordarse con agrado, olvidados ya los defectos y el odio mutuo.
Me cuesta saber si amo más la ciudad ahora que antes, pues llevo demasiados años viviendo aquí. A veces he comprobado que las personas aprenden a querer a su tierra cuando saben que no van a regresar para vivir entre sus muros.
Me cuesta saber si amo más la ciudad ahora que antes, pues llevo demasiados años viviendo aquí. A veces he comprobado que las personas aprenden a querer a su tierra cuando saben que no van a regresar para vivir entre sus muros.
Quien se va de alguna manera aprende, con el tiempo, a apreciar lo que tuvo, y olvida un poco las carencias, los deterioros, los atrasos y los olvidos. Esto no significa que, instalado en otros sitios, no sea capaz de criticar los errores, la mala gestión, el olvido. Pero se establece una diferencia: aquel que se fue sólo quiere regresar, aunque sea en vacaciones o en fecha inesperada y recorrer lo que un día dejó atrás.
Se lo he escuchado a gente que trabaja en otros países. Casi todos añoran la calma, el río, el viejo puente, los cielos despejados, los caminos, las costumbres, los calendarios de su infancia, los parajes de la provincia, los pueblos casi abandonados, la tibia naturaleza y esa facilidad para salir a la calle y encontrarse a viejos conocidos a quienes saludar.
El regreso, para el emigrante, supone alegría, descanso, reencuentro, felicidad pasajera. Cuando uno vuelve por época de vacaciones aprovecha en unos días lo que se echa de menos y acomoda su reloj biológico al ritmo más bien sosegado de la ciudad. Pero, repetiremos, sin olvidar que deambulamos por territorios marginados. A veces los recuerdos suelen ser nuestra piel en la distancia.
El regreso, para el emigrante, supone alegría, descanso, reencuentro, felicidad pasajera. Cuando uno vuelve por época de vacaciones aprovecha en unos días lo que se echa de menos y acomoda su reloj biológico al ritmo más bien sosegado de la ciudad. Pero, repetiremos, sin olvidar que deambulamos por territorios marginados. A veces los recuerdos suelen ser nuestra piel en la distancia.
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