sábado, 5 de junio de 2010

Escenas

Santuarios cotidianos
Respiras y el tiempo se repliega en una inspiración de totalidades, te sientes dueño de la memoria y desciendes al ver un rostro tatuado de caricias, como un refugio amorfo de relojes extraviados en el atardecer. Los semáforos esparcidos en la carretera o en los suburbios de la ciudad, abismos sin límites tras los difusos recuerdos, los pueblos colindantes. Y esa rutina de llevar la doctrina en tus zapatos.
Viajas por estaciones, marginado a veces por la fuerza de los retornos, arropado en alguna esquina climática, conciliando todas las desidias, sonrisas como pulgares apuntando al cielo, tras el eje de rotación acariciando lunas menguantes en galaxias desprevenidas; total nos falta tanto por descubrir que sólo nos cobijan universos paralelos, planetas tangentes, cometas opuestos, ocultos o en expansión, tal vez contenidos en otros o en sí mismos.
Al respirar te refugias en el límite de tus pulmones, adviertes el borde afilado de la nada, más allá de todo contienes la respiración, intentas atrapar plenitudes y espacios. En algún recodo nocturno tras una sensación de vacío sin rostro, vuelvo a dibujarte en mis recuerdos en urgentes combinaciones temporales.
En cada ciclo respiratorio a veces pierdes la noción del tiempo, entonces ingresas a sucesiones de plenitud y ausencias simultáneas, te juras a ti mismo que no vas a interrumpir el latido de los días; entonces en el equilibrio existencial te quedas a solas con tu derrota, una soledad del alma. Y comprendes el aire fresco de cada mañana y tiene sentido todas las ventanas que se abren ante ti y te recuerdan el aire fresco invadiendo todos los territorios del alma.

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